Nacional, Sunday 15 de June de 2025

A tres meses de la condena a Néstor Aguilar Soto por el femicidio de su hija menor, Marcelo encuentra en los recuerdos, la música y la tinta sobre su piel una forma de hacerla presente.

Córdoba — Detrás del escritorio en la oficina del arquitecto Marcelo Gutiérrez, un cuadro revela mucho más que una imagen: muestra dos sonrisas, dos miradas que reflejan el amor profundo de un padre por sus hijas, Lucía y Catalina. A tres meses de la condena a Néstor Aguilar Soto por el femicidio de su hija menor, Marcelo encuentra en los recuerdos, la música y la tinta sobre su piel una forma de hacerla presente.

Catalina hubiese cumplido 22 años en febrero. Estudiante de Arquitectura, amante de la música y la fotografía, compartía con su padre una conexión única. “Yo tenía una forma especial de hablar con ella”, dice Marcelo, con voz serena y cargada de emoción. La joven fue asesinada en 2024, y el 18 de marzo de este año su femicida fue condenado.

Marcelo se aferra a la memoria de sus hijas como se toma un tesoro entre las manos. “Los hijos son lo mejor que le puede pasar a una persona”, dice al sostener el portarretratos, ese que cada tanto vuelve a su mesita, cerca, como faro en medio del dolor.

Crecido en Achiras, al sur de la provincia, Marcelo recuerda su infancia entre guitarras y veranos de peñas, donde conoció a Eleonora, su esposa. Con ella formó la familia soñada. Lucía y Catalina llegaron como espejo de sus propias pasiones: la música, el carácter, la sensibilidad.

“Catalina era muy parecida a mí, no tanto físicamente, pero sí en los gestos, en la picardía. Era el payaso de la familia, como lo fui yo”, cuenta. Lucía, en cambio, es su reflejo más consciente: “Yo soy como vos, papá”, le repite. Y lo demostró incluso en pandemia, cuando juntos defendieron con vehemencia un improvisado recital barrial ante un control policial.

Ambas hijas compartieron con su padre la música como lenguaje común. Con orgullo recuerda cómo Catalina, decidida, aprendió a tocar la guitarra en apenas 15 días. En redes sociales, la joven compartía videos cantando sola o en dúo con él. También rememora conciertos inolvidables: Cerati, McCartney, María Becerra. Este último, el último de la familia completa.

“Haber perdido un hijo es algo que lo llevás siempre, no hay forma de borrarlo”, dice. “Es otra vida”. Una vida en la que cantar se volvió un desafío, pero también una posible vía de regreso.

Marcelo busca en la música un refugio. Planea retomar con una canción que guarda un valor especial: Cómplices, del grupo Ahyre. Sonó en un viaje a Achiras, y sin que él explicara nada, todos lloraron. Hoy, con Catalina ausente, esa letra —“ya ni sé cuánto te extraño”— le resuena con otro significado.

El arquitecto también lleva a su hija en la piel. En su antebrazo, un tatuaje con su nombre y un ala de ángel. La otra ala la lleva Lucía. “Lo hice por las dos, por lo que significan para mí”, dice, levantando la manga con el mismo orgullo con el que levanta la voz para recordarlas.

En este primer Día del Padre sin Catalina, Marcelo elige sonreír. No por ausencia de dolor, sino por la presencia viva del amor. Ese que, aun con una silla vacía, sigue cantando en voz baja.

Fuente: LV