Nacional, Tuesday 5 de May de 2020

El hombre dejó de verlo cuando mucha gente le dio vuelta la cara o no fue a su taller mecánico por su amistad con el jefe del clan en General Pico, La Pampa. Los secretos que Arquímedes se llevó a la tumba y la perversión del secuestrador en cada acto de su vida.

El último amigo que tuvo el tenebroso Arquímedes Rafael Puccio lo recuerda con cariño, a siete años de su muerte en General Pico, la Pampa.

“Con el viejito pasé lindos momentos, cada tanto le prendo una vela”, dice a Infobae. Durante los cuatro años que lo trató, comieron asados, tomaron vino, dieron paseos, lo recibió en su casa o lo visitó en la pensión donde vivía solo. Solía reírse a carcajadas de los chistes del asesino y hasta lo celebró cuando Puccio dijo que estaba teniendo “un romance” con una “piba de 14 años". Más allá de esas actitudes reprochables, este hombre era extraño, desde su mirada hasta su forma de actuar. Una especie de bufón de un rey que pronunciaba monólogos ante la nada. Así fue el último Puccio.

“Nos divertíamos y hasta un día me pidió que lo llevara a un baile y fuimos”, cuenta.

No quiere dar su nombre ni aparecer en ninguna foto, más allá de que en su casa hay recuerdos que lo vinculan al secuestrador más famoso de la historia criminal argentina: libros que le regaló aunque él no le gusta leer, una Biblia, una foto en la que aparece barriendo y detrás tiene un mensaje afectuoso escrito a mano (como si se tratara de una postal) y una entrevista que le hizo el autor de esta nota.

-El viejo me la autografió y eso que vos no hablabas bien de él en la nota. Y por esa publicación tuve problemas.

-¿Por qué?

-Porque en las fotos aparecí con él comiendo asado, abrazados y tomando vino. Y hablé bien de él. Pero la gente de acá vio todo eso y puso el grito en el cielo. Muchos me retiraron el saludo y perdí clientes en mi taller mecánico. Tuve que decirles que no sabía que había sido asesino y secuestrador.

-Pero usted lo sabía. ¿Por qué se hizo amigo de alguien que secuestró, mató y ni siquiera tuvo reparos en involucrara su familia?

-Al principio no sabía quién era. El quería comprar un Fitito. Y apareció en mi taller. Esto habrá sido en 2009. Nos quedamos tomando mate y hablando de la vida. Andaba en bicicleta, pobre. Con las ruedas a punto de desinflarse.

La familia: Alejandro, Silvia, Daniel “Maguila”, Guillermo (que vivía en Nueva Zelanda), Epifanía, Arquímedes y Adriana

La familia: Alejandro, Silvia, Daniel “Maguila”, Guillermo (que vivía en Nueva Zelanda), Epifanía, Arquímedes y Adriana

-¿Y cómo reaccionó cuándo se enteró de que era un secuestrador y asesino?

-Él ese día dijo que era el famoso Puccio, que lo buscara en Internet. Y yo no tenía computadora y mi celular era viejo. Pero me dijo que había sido político y guerrillero.

-¿Cuándo supo del pasado oscuro de su amigo?

-A los pocos días.

-¿Y no le afectó?

-Con nosotros se juntaba un pastor. Y él nos decía que el viejo había pagado todos sus errores. Que debíamos tener compasión y no juzgarlo. A mí me cayó bien de entrada. Me concentraba en su presente, no en su pasado. Y casi no hablaba de lo que había hecho.

Mi amigo el asesino

La banda de los Puccio cayó el 23 de agosto de 1985, en San Isidro. Arquímedes fue detenido con sus cómplices, entre ellos sus hijos Daniel “Maguila” y Alejandro, talentoso wing tres cuartos del CASI, un tradicional equipo de rugby de San Isidro, y ex jugador de Los Pumas. Entre 1982 y 1985, los Puccio habían secuestrado y matado a los empresarios Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum. Salió en libertad en 2008, el año en que murió su hijo Alejandro de neumonía. Se radicó en La Pampa. Allí vivió cinco años casi exactos.

Arquímedes Puccio haciendo un asado en General Pico en una de las entrevistas que le realizó Rodolfo Palacios, autor de esta nota

Arquímedes Puccio haciendo un asado en General Pico en una de las entrevistas que le realizó Rodolfo Palacios, autor de esta nota

A principios de 2013 le detectaron un tumor en el cerebro. Empezó un tratamiento, pero tuvo un ACV que lo llevó a la muerte. Puccio murió en su cama, mientras dormía. Lo encontró Eliud Cifuentes, el pastor que lo cuidó en durante su agonía.

En sus últimos meses de vida, lo cuidó como si fuera su padre: lo bañó, lo cambió, lo peinó, lo afeitó, lo trasladó a babuchas para ir al baño, lo alimentó, escuchó sus frases titubeantes, a veces inconclusas -había dejado de monologar- y lo acompañó al médico.

-El pastor no era su amigo, era como su confesor. Decía que lo hacía por misericordia -dice el hombre que llegó a ser uno de los mejores amigos de Puccio.

-¿Por qué dejó de verlo?

-Pienso que por el qué dirán. Ya te dije, mucha gente dejó de entrar a mi taller. Y había muchas habladurías. Que éramos chorros, que pensábamos hacer algo con el viejo, que en realidad no podía ni robar golosinas. Además yo soy gente decente. A él, pobre, al final no le cortaban el pelo, por ejemplo, por ser asesino. Así se lo hizo saber el peluquero. Y varios vecinos se reunieron para hacerlo a un lado. Ni el pan le querían vender. Tu nota lo expuso. Nos expuso. Pero igual él la recortó, hizo fotocopias y las repartía sus conocidos o clientes, porque acá ejerció como abogado. Las autografiaba. Aunque la prensa hablara mal de él, no le molestaba. La fama le gustaba y eso que murió antes de la serie y de la película.

Puccio con su

Puccio con su "Fitito" en La Pampa

-En un asado con él, usted le festejó que acosara y abusara de una niña de 14 años.

-Ya le digo. El alcohol, la estupidez, eso que tenía él de envolverte, de hacerte sentir importante, de contarte una barbaridad y sacarte una carcajada, me hizo no ver muchas cosas. Me arrepiento de eso. No supe más nada de esa chica. Pero no volvieron a verse.

-¿Cómo tomó él que usted se alejara?

-Andaba caído. Eramos un grupo que se juntaba a reírse, a pasarla bien, a darle una mano al viejo. El hablaba y hablaba sin parar. Conmigo y un par de muchachos más se sentía menos solo. Hablaba de mujeres, que había estado con cientos. Y que seguía estando. A veces me daba pena dejarlo y él dando charla en la puerta de su miserable pieza para no quedarse en soledad. Yo era el más amigo suyo. Pero cuando decidí alejarme le dije que por un tiempo me iba a borrar. Lo entendió. Pero no lo vi más. Cuando cayó enfermo mandó a decirme que no se me ocurriera aparecer. Estuve a punto de ir, pero respeté su decisión. Al entierro no fui. No fue nadie, los sepultureros y un policía llevaron el cajón. Y nunca lo visitaron, salvo curiosos. Creo que la tumba sigue, pese a que ya se venció.

-¿Usted se puso en lugar de las víctimas?

-Con el tiempo, sí. Leí del caso. Fue tremendo lo que hicieron. No tuvieron piedad. Eran monstruos, pero yo me encariñé. Acá en Pico muchos lo trataban porque no sabían de su pasado. Y por otro lado era un ser humano que se estaba muriendo.

Puccio se jactaba de haber estado con cientos de mujeres y confesó el abuso de una menor de 14 años

Puccio se jactaba de haber estado con cientos de mujeres y confesó el abuso de una menor de 14 años

-¿Él les habló de los secuestros?

-No. Sólo dijo que todo lo que hizo fue por causas políticas. Acá tuvo una novia, una mujer con retraso madurativo, que cuando el viejo tuvo el ACV lo dejó tirado.

-¿Cuándo murió lloró su muerte?

-Si, me afectó. Fue un monstruo, pero a veces lo extraño mucho. Es raro. Yo me quedé con uno de sus últimos aparatos telefónicos. Un celular hecho pelota. Y en el contestador estaba su voz. La borré hace poco.

-Lo sé. Cuando volví a General Pico tras su muerte, me llegó un mensaje desde ese teléfono después de entrevistarlo a usted. Y el mensaje decía algo así: “Gracias querido amigo por volver a visitarme aunque no esté más entre ustedes”.

-Fue una joda mía. Sé que antes de morir quería darte una nota modo de despedida. Él decía que cuando muriera, aunque decía que iba a vivir 120 años, iba a dar señalas desde el más allá. Y a muchos le mandé mensajes desde su celular. Pero dejé de hacerlo. Prefiero no invocarlo más. Por las dudas.