Misiones, Thursday 29 de September de 2016

Raúl Barboza (78) habla con voz suave, pausada y las palabras brotan de sus labios llenos de la sabiduría adquirida a los largo de sus 78 años de existencia

Mantiene la misma vitalidad que la de los 20 años cuando empezó a girar por el país llevando la música de sus ancestros. No tiene nada que reprocharle a la vida, está agradecido y la vive a pleno.
El Embajador del Chamamé, como se lo conoce mundialmente, nació en la Capital Federal y mamó desde la panza de su madre la música que regocijó tantas veces los corazones de los suyos alejados de su tierra. Sus padres nacieron en la localidad correntina de Curuzú Cuatiá pero emigraron a Buenos Aires en busca de un mejor porvenir. El acordeón que le regaló don Adolfo cuando tenía 9 años descansa en la Basílica de Luján. Raúl se lo dejó a la virgen por una promesa.
“Viví en un ambiente donde se hablaba guaraní. Esta música hacía que mi yo, mi identidad se sienta cerca de estas vibraciones musicales, en relación a los recuerdos, al canto, los cuentos, el arpa y el bandoneón. No escuchábamos tango pero si se escuchaba chamamé y polka paraguaya”, comentó.
El acordeonista, que hizo conocer al mundo el género litoraleño, llegará a Posadas el próximo miércoles para brindar un concierto en el auditorio del Instituto Montoya, a las 21.30. En ese marco, desde su casa en la Capital Federal -donde reside cuando está de gira por Argentina- charló con El Territorio, acompañado de un mate.
Su papá le regaló cuando tenía 7 años el primer acordeón… ¿qué recuerdos tiene de sus padres?
Tengo el mejor de los recuerdos de mi mamá y de mi papá. Mi mamá era una mujer que había tenido una muy buena instrucción en Curuzú Cuatiá. Mi papá nació en el campo por lo tanto no tuvo las mismas posibilidades que ella, pero fue un hombre inteligente, prudente en el hablar, en los gestos, con su trabajo, cumplidor como músico y como empleado. Siempre tuve calor humano de parte de ellos que fueron muy compañeros entre ellos. 

¿Es verdad que fue taxista?
Siempre fui músico, mi idea fue ser músico y mi trabajo de artista hacía que pudiese vivir. Cuando fui creciendo fui haciendo cosas por mi cuenta hasta que aparecieron formas musicales que no son las que yo tocaría. Soy admirador de la forma de tocar del cuarteto correntino Santa Ana que tocaban una música muy depurada, era la se bailaba.
Luego aparecieron necesidades comerciales que querían hacer cambiar mi forma de tocar y yo no acepté. Por lo tanto tenía menos posibilidades de presentarme como músico, no era convocado. Entonces tuve que hacer otros trabajos entre ellos, manejé un taxi. Nunca acepté hacer nada por encomienda comercial.
Se mantuvo fiel a su estilo...
Es una cuestión de gusto. Nunca me serví de la música para vivir, la música hizo que yo pueda vivir. Ella me ofreció caminar el planeta, caminar la vida; aprendí por mis propios medios. Tengo el corazón abierto al canto de los pájaros y de los músicos de todo el planeta. He tocado con músicos rusos, árabes, africanos, europeos, americanos y siempre toqué mi música y ellos que no eran conocedores se adaptaron, aprendieron y también fui aprendiendo de ellos.

¿Cómo fue para usted irse a Francia viendo que aquí no habían posibilidades?
No fue tan así de dejar el país de un día para el otro. Comencé a viajar por la Argentina desde los 20 años, hice giras con el maestro Ariel Ramírez durante cuatro años, con Los Chalchaleros, Cafrune, Jaime Torres. Después decidí partir de la Argentina porque no podía trabajar; viví en Brasil con amigos, grabé discos y después regresé en el 68. En los 70 me invitaron a ir a tocar a la Unión Soviética, no me desarraigaba, yo siempre volvía. 
Un día, como siempre, quise ir a Francia pero con la misma idea de ir y volver. Saqué los boletos de ida y vuelta por tres meses pero me ofrecieron quedarme en Francia, me ofrecieron conciertos y tocar chamamé. A partir de ese momento llegó el día en que mi pasaje y la visa caducaron y ya no pude regresar porque no tenía el dinero. Eso hizo que me quedase con mi señora, Olga, durante siete años sin poder regresar al país. Pero ante tanta generosidad de los franceses me volví porque consideré que era un acto de honor honrar la confianza que me habían brindado. Tengo residencia en Francia pero hay un grave error, nunca me fui del país, viajo. Sigo trabajando y viviendo como cuando era joven.

¿Qué es la música para usted? 
Voy a recitar unas pequeñas palabras muy significativas de un filósofo alemán, Nietzsche, que escribió: “Si la música no hubiese existido, la vida habría sido un tremendo error”. Eso es la música para mí.

¿Cómo ve al chamamé en la actualidad?
La música está bien tocada por algunos y no muy bien tocada por otros. Es natural, no todos tienen la misma predisposición técnica ni la misma necesidad de hacer música. Hay muchos músicos jóvenes que progresan y son los que tienen menos posibilidades de trabajar. He conocido a muchos que tienen una gran técnica pero no son conocidos ni solicitados, lo son aquellos grupos que sean más comerciales. A algunos les cuesta mucho y en Argentina no hay tantas escuelas de música.

Se da quizás lo de maestros particulares…
Pero los maestros que enseñan chamamé son los que lo tocan, no todos tienen información de las escuelas. Cosa que no ocurre en Brasil, ellos saben tocarla y nuestros músicos no.

¿Por qué cree que pasa esto en la Argentina? Hay países que incorporaron la educación musical en las escuelas...
Se sabe que la mejor manera de tener posibilidades con la juventud son lugares para ir a hacer música, donde hacer deporte, donde ir a leer y a aprender idiomas, lugares de juegos. Eso no existe y los jóvenes están, en muchos casos muy abandonados; no hay necesidad de hablarlo, se ve todos los días.

¿Se considera conservador o está de acuerdo a las variaciones del género?
En mi último disco toqué un chamamé de Francisco Casís, que era el bandoneonista del cuarteto Santa Ana cuando se fue Isaco, se llama Lágrimas. Ellos lo grabaron en el año 1950, yo lo grabé en el 65 y lo volví a grabar ahora porque era así como se bailaba antes. Entonces no podemos obligar a un niño que nació en el año 2000 a que piense como un hombre que nació en 1910 o 1915. No puede de ninguna manera. Antes el poeta hablaba de la luna, ahora se está en la luna. Antes el anciano era respetado pero ahora ya no porque los jóvenes tampoco son respetados, no hay una sociedad que se respete. Yo no soy el mejor ni el peor, simplemente hago mi música que es con la que me identifico, no pienso en que tal o cual música me va a dar más dinero.

¿Es la música lo que le da tanta vitalidad?
Soy feliz de vivir y de ayudar a quien necesita de mi ayuda si puedo darla y no pido más. Tengo casi 80 años, sigo sano. Puedo viajar, puedo hablar, tengo discernimiento, tengo memoria, sigo viajando con mi acordeón que pesa 14 kilos, mi valija que pesa unos 20, muchas veces solo por el mundo. Subo y bajo las escaleras y para eso hay que tener piernas. Eso para mí es una fortuna, es un regalo que me da la vida.
 Si hay una cosa en la no pienso es el jubilarme. Hablo de mí, no de las personas que han tenido la obligación de hacer trabajos difíciles. Ser hachero en el monte en los 40 era muy difícil, ser arriero, viajar kilómetros y kilómetros arreando animales para llegar a un lugar, ser maltratado y no tener escuela era muy difícil.

 

Trayectoria del Embajador del Chamamé

• 1962. Participa como instrumentista en la música de Ariel Ramírez, para el filme “Los inundados”. Participa también de la “Misa Criolla”.

• 1973. Participa junto a Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú y Los Chalchaleros del filme “El canto y su paisaje”.

• 1985. Recibe el Konex designándolo como una de las cinco mejores figuras en la historia de la música popular argentina como instrumentista de folclore.

• 1988. Participa junto a Paco de Lucía, Dave Brubeck, B.B. King del festival “Alte Oper Frankfurt”.

• En los 70 participa en discos de renombrados artistas como Mercedes Sosa y Jairo