Nacional, Monday 4 de July de 2011

Se graba en tres villas, con estrictas medidas de seguridad. Los vínculos con el peronismo.

La primera reacción es de sorpresa. Apenas arriba, el redactor descubre que la jornada de grabación de El puntero –la ficción de El Trece ambientada en los bajos fondos de la política– es en la zona más residencial –léase “más coqueta”– de Vicente López. En medio de casonas que parecen mansiones, una mujer con calzas estampadas con animal print que imita un leopardo, el pelo de un rubio tan furioso que sólo puede ser teñido y el gusto tan ordinario que espantaría a Jacobo Winograd, se acerca a la zona donde se está grabando y exclama, con tono de pocos amigos, que quiere hablar con la persona a cargo. Finalmente, una chica de producción se atreve a acercársele y escucha que la mujer está molesta con tanto movimiento en un barrio tan exclusivo –o algo así. Catarsis plasmada, la mujer se aleja y el taconeo resuena. Un técnico le dice al otro, en voz baja, “al final es más fácil ir a la villa”.

Reality show. La historia de El puntero se desarrolla en un barrio imaginario del Conurbano, el territorio por antonomasia de esos intendentes que se apodan “barones”. Es la historia de Pablo Perotti, “el Gitano” (Julio Chávez), el brazo ejecutor del intendente Iñíguez (Carlos Moreno) y el corazón enamorado de su ex mujer Clarita (Gabriela Toscano). Con sus dos ayudantes –Lombardo (Rodrigo de la Serna) y Levante (Luis Luque)–, el derrotero del Gitano es una historia de amor, pero también de política de bajos fondos, donde un semáforo es cuestión de vida, muerte, disputas, favores y sobornos. Una historia de ficción en un ámbito que se parece demasiado a la realidad.

“Me causa mucha gracia algo que está pasando mucho, que de repente alguien me para y me dice: ‘Yo trabajo en tal municipalidad y es tal cual como ustedes lo cuentan’”, confiesa Julio Chávez. “Lo gracioso es que yo sé que tal cual no puede ser nunca, pero lo interesante es que despierta algo en el público. En tal caso, hay una coincidencia entre cómo miramos e interpretamos esa realidad y cómo la mira o interpreta alguien del público.”

“Yo vivo en Congreso y a los políticos me los cruzo todo el tiempo”, cuenta Carlos Moreno en un alto de la grabación. “Tenemos una clase política muy particular. Para mí la política es muy hipócrita, sobre todo en este país. Yo soy de otra formación, no sólo porque mis viejos eran socialistas, pero no se puede pasar de un partido a otro así como así. Van adonde les conviene, donde hay más guita. Yo no renuncio a las utopías. En el programa me toca hacer a este intendente, un corrupto de medio pelo. Porque también hay una corrupción política de medio pelo. Me acuerdo de que en la época de Menem yo tenía una casita en Maschwitz y un día me voy a comer a una parrillita sobre la Panamericana y el tipo me dice que era una cadena de restaurantes de un ‘cuñado’. Usan la política para abrirse kioscos. Se llenan de guita. ¿Cuál es la vocación de servicio y el rol social del político?”

“El programa tiene una visión bastante más suave que la realidad de la corrupción”, señala Luis Luque. “La corrupción es mucho más compleja que lo que podemos mostrar en un unitario. Meterse seriamente en eso implicaría una investigación previa muy grande. Hay una línea de flotación que la estamos logrando. Si vos agarrás un capítulo del programa, podés encontrar algo del duhaldismo del Peronismo Federal, algo del kirchnerismo, del PO o de los punteros radicales. Sea del partido que sea, el laburo de un puntero es el mismo, ese tipo se levanta a las cuatro de la mañana para ir a buscar un remedio para un nene de la villa, por eso la gente le responde. Que hay gente hija de puta no quedan dudas, pero también están los que hacen servicio. Y están los que chorean y hacen cosas, que fue algo muy típico de la Argentina. Es horrible que en un tiempo se haya pensado que estaba bueno que choreasen si repartían.”

El clima. Hace frío. Mientras en el caserón que alquiló Pol-ka los técnicos preparan la siguiente escena, donde los personajes interactuarán con un grupo de bailarinas de cabaret encabezadas por María Fernanda Callejón, el resto de las supuestas coperas aguarda afuera, con sus ropas cortas cubiertas con una frazada añeja. Julio Chávez aguarda en el motor home, con buena calefacción aunque no tan buen café. “Te ofrecería”, le dice a PERFIL, “pero la verdad que es asqueroso” y acerca el vaso plástico, que huele como un líquido que ha pasado por el filtro demasiadas veces. Quien se esfuerza en mejorar el clima es Luis Luque, Pipo, que no para de hacer chanzas con quienes se cruzan. “Venimos para ver a las chicas”, golpea la puerta del caserón con una fuerza supuestamente desesperada que arranca risas. “Comisario”, le dice a Claudio Rissi, “tengo cuatro ladrillos de chala, ¿se va a hacer el sota?”, y más risas. De la Serna, mientras tanto, mira.

Villa, beauty & make up. Una de las características sobresalientes de El puntero es que se graba también en lo que en otros tiempos se llamaba “villa misera” y, milagros del lenguaje mediante, como para olvidar la miseria, hoy se llama “villa” a secas.

“La miseria, en este cuentito, es todo lo que se hace para no caer en una villa”, dice Chávez. “La miseria es lo que pasa alrededor, la miseria humana. Miseria es lo que pasa en la intendencia, en la vida del Gitano. La villa, en esta historia, es casi inmaculada. Mi experiencia con la villa es descubrir que se mantiene una cierta inocencia: ves a un nenito y a un hombre mayor, y casi no hay diferencias en la forma en que miran el mundo. No estoy de acuerdo en considerar que estos seres humanos no tienen la obligación de la reflexión. Cualquier ser humano puede pensar y, si no le conviene, puede no pensar. La condición económica de pobreza no te hace no pensar.”

“En el momento de comenzar el programa, llegamos a un acuerdo de que hay ciertos momentos bellos de la vida que no son privilegio de nadie”, recuerda el director Daniel Barone. “Un atardecer, por ejemplo, va a ser bello por más que estemos en la villa. El contenido ya es de por sí bastante duro como para encima endurecerlo con la imagen. Buscamos Ciudad de Dios, Preciosa, toda gente que hizo una mirada esteticista sobre este tipo de espacios. Es una decisión, lo hacemos a propósito. Se trata de no demonizar.”

El garrote. Las grabaciones se desarrollan en tres villas: El Garrote (“ésa es infernal, todos los días que vamos se están cagando a trompadas”, señala Carlos Moreno); la del río Luján y la de Tigre. “Lo que se muestra en el programa es donde nosotros podemos entrar”, avisa Moreno. “En un parate de la grabación te metés y lo que ves... ¡Mamita querida!”

“Grabar en la villa es interesante desde un punto de vista personal de aprendizaje, porque estamos muchas horas ahí laburando”, cuenta Luque. “Hay una cuestión de aprendizaje mutuo: a la gente de la villa le cambia la vida, la lleva a tener una cosa mucho más sana y más vital. Pero para nosotros, también está buenísimo: llego y me dan tortas fritas, tortilla peruana. Realmente tengo buena comunicación con esa gente que no la está pasando bien. Y son la primera línea de fuego.”

“Hoy alguien me comentaba que nosotros tenemos mucho para perder y los habitantes de la villa no”, recuerda Chávez. “¿Qué es lo que yo tengo para perder que ellos no? Estas situaciones existen, justamente, porque hay quienes creen que tienen mucho para perder. ¿Qué estamos queriendo decir, que los que viven en la villa no tienen nada, que eso no es vivir? Lo que me pasa cuando vamos a estos barrios es que la situación me hace preguntas. Luego, el tema de la seguridad o inseguridad... Alcanza con saber que nos metemos en una situación en la que no se jode, que cada dos segundos la cosa puede cambiar...”

“Yo me pongo a hablar con la gente”, cuenta Moreno. “Me piden planes sociales como si yo fuera el intendente, medio en joda y medio en serio. En la villa de Tigre les pregunté si Sergio Massa no iba por ahí, y me dijeron que cuando hay que hacer piquetes de la intendencia les mandan un camión con comida vencida, y que el intendente sólo se ocupa de Nordelta porque es donde está la guita. Ese contacto con la realidad me confirma que la política es un negocio. Cuando yo me conecto con esas cosas, agradezco conocer la realidad, que no es la que cuentan. Nosotros en Buenos Aires vivimos en un microclima que nada tiene que ver con lo que pasa. Los chiquitos me parten el corazón: estos días de frío, caminan descalzos. Que se combate la pobreza es un discurso, otra cosa es la realidad.”

Juan Domingo y sus fans. Cuando se lo ve a Julio Chávez caminar entre los vecinos de Vicente López con las ropas del Gitano, salta a la vista la discordancia entre ese ser de clase popular y la clase media acomodada. Al final, en esa especie de postal involuntaria, pareciera que sí, que El puntero habla del peronismo, nomás.

“El peronismo está anclado en la realidad argentina”, reconoce Chávez. “El peronismo no se puede evitar. Es tanto, que aunque no lo menciones está. Es un fenómeno muy particular, que aún negándolo está presente. Por algo dura lo que dura, y por algo ha generado los dolores de cabeza y los no dolores de cabeza que ha generado. Es un fenómeno instalado en un lugar fundamental de la arena política argentina, que aunque no lo menciones está.”