Misiones, Wednesday 16 de April de 2014

POSADAS.- Francisco Fernández llegó a Posadas hace 20 años desde Cuba. Transita por la ciudad con una bicicleta con sidecar hecha por él. La historia de un hombre que crea para poder vivir

Con una gran sonrisa en el rostro, Francisco esperaba a la visita recostado al portón de su hogar e invitó a pasar. Sus ojos cargan un brillo distinto. Mezcla de emoción por contar su historia y de añoranza por aquella, su tierra natal que dejó hace 20 años. Quienes lo conocen saben que su distintivo es la bicicleta. Una especial a la que le agregó un sidecar donde transporta a su familia (ver recuadro).
Francisco Fernández (52) nació en Cuba y hace dos décadas pisó suelo colorado junto a su esposa y dos hijos. Primero fue a Uruguay, el país de origen de su mujer y luego a Posadas, donde se encontraban los padres de ella. 
Se enamoraron en el país caribeño. Ella había ido a estudiar la carrera de Contador Público y el destino los quiso juntar. 
En Posadas le dio otros dos hijos. Los mayores viven actualmente en Buenos Aires y los menores viven con ellos en su domicilio de Blas Parera y Calle 103.
“Como ella era extranjera y tenía a sus padres radicados en Argentina puede salir. Y eso incluye a su marido e hijos”, explica Francisco con respecto a la Ley de Migración cubana que obligaba a los ciudadanos cubanos a obtener del Ministerio del Interior un permiso tanto para la entrada o la salida del territorio nacional.
Esta normativa fue eliminada en enero de 2013. Sin embargo, incluye en uno de sus artículos que el Estado puede atribuirse el derecho de determinar qué ciudadano cubano puede salir o entrar al país, basando este criterio sobre la seguridad nacional.
En Cuba, Francisco trabajaba en Uneca, una empresa de construcción con la que conoció países como Angola y Etiopía. “Fui ahí a construir. Conocí costumbres, otro tipo de idiosincrasia. Uno aprende de la vida que llevan”, recuerda.

Vivir en Misiones
El patio de Francisco es un auténtico taller. Su hogar, en cambio, un museo de sus propias creaciones: bancos, sillones, mesitas, adornos. Y eso no es todo. Además, se dedica a la jardinería.
Para llegar a fin de mes y ayudar a su esposa que se desempeña como empleada doméstica,  también tiene clientes en el barrio a los que les corta el pasto.
Rodeado por los perros que son su compañía y le siguen el paso al andar, Francisco no se queja de la vida que le tocó. Al contrario, cada vez que puede recalca que su oficio no le produce más que disfrute.
“Vine con una edad en la que es difícil conseguir trabajo. Voy haciendo lo que está a mi alcance. La parte económica es bastante dura pero vivo”.
Una pata de ventilador, trozos de madera, semillas, cualquier elemento en desuso y un poco de imaginación es todo lo que el cubano necesita para poner manos a la obra.
“Hay que tratar de no hacerse problema y darles una solución. A todo le voy dando salida y la gente misma me da cosas que no usa”, reflexiona con una sonrisa de costado.
Francisco habla fluido y relata su vida como un cuento. Se para, camina, toma alguna de sus artesanías, las muestra y cuenta cómo las hizo. Ya son tantos sus años de estadía en la tierra colorada que el acento se le fue perdiendo. 
“Cuando hablé con mi mamá ella me decía: ‘Niño, ¿pero eres tú?’. Porque hablaba extraño. De tanto contacto con las personas de acá fui perdiendo frases de mi país porque acá nadie las entendía. Pero fue sin darme cuenta”, confiesa.
Algunas de las palabras que dejó de usar son: coño, chico y oye.

Actitud frente a la vida
Recién llegado al barrio, Francisco fue víctima de discriminación por su color de piel. Al principio la actitud de los misioneros le chocaba, con el tiempo aprendió a asimilarlo pero, admite, no lo acepta.
“Antes, cuando me veían venir por la calle  se apartaban. Se burlaban de mi color. Yo no entendía porque en mi país no hay blancos o negros”, se lamenta.
No obstante, su semblante no cambió en ningún momento. Firme como de costumbre, y tal es su premisa en la vida, no se dejó herir por aquellas palabras lastimeras. La alegría y la esperanza nunca las perderá. “Hice muy buenos amigos acá”, confía a pesar de todo.
Desde que llegó a Posadas, Francisco no volvió a ver a su familia que se quedó en Cuba. Es que la situación económica no se lo permite.
¿Cómo fue su infancia en Cuba?, preguntó El Territorio. Francisco mantuvo la mirada a lo lejos por unos segundos y responde: “Mejor imposible. Tuve lo que ni a mis hijos les he podido dar. Pero lo que puedo rescatar de la infancia de mis hijos es el cariño que nos tenemos. Tengo unos hijos maravillosos. ¿Qué más puedo pedir?”.


Pedalear para mantener el equilibrio
“La vida es como andar en bicicleta, para mantener el equilibrio tienes que mantenerte en movimiento”, dice una famosa frase de Albert Einstein. Francisco la pone en práctica todos los días para sacar adelante y ayudar a su familia.
Transita por Posadas con una bicicleta especial a la que le adjuntó un sidecar donde traslada a sus hijos y esposa a donde tengan que ir. El sidecar tiene un asiento y cuando sus hijos eran pequeños los llevaba a los dos. “Al no tener auto se me complicaba llevar a mis hijos y a mi señora. Es difícil mantener un automóvil y el pasaje (de colectivo) ahora está muy caro. A mí no me cuesta nada”.
El sidecar lo construyó él mismo, unió y soldó las partes. Ahora se encuentra en elaboración de un cuatriciclo que fue armando con partes de otros autos. El recorrido más extenso que realizó fue hasta Garupá desde su domicilio de Blas Parera y Calle 103. “El tema es la costumbre. En Cuba se implementó el tema de las bicicletas por la crisis misma”, explicó.
“Yo disfruto esto. Mientras tenga salud todo es posible”, reflexionó el hombre.